sábado, 5 de septiembre de 2020

Romina

Ya van dos semanas que salgo con Romina, "salir", pues aún no se que somos, a veces pienso que le gusto mucho y a veces actúa indiferente y alejada.

Llevo todo el día esperado que Romina se manifieste, le escribí un mensajes al celular invitándola a salir el fin de semana. No se ha dignado siquiera a pronunciarse. Ni una llamada, ni un correo, ni un condenado mensaje de texto. A esta hora quisiera estar en mi casa acicalándome y preparando todo para nuestra apoteósica cita, pero estoy dando vueltas como un cuy alrededor del ovalo Pachacuteq. No sé cómo matar el tiempo a la espera de que me llame al celular, no se si refugiarme en el cine, o si comprar chucherías en el mall o si meterme a puntas de pie a la iglesia de la plaza Tupac Amaru a echarme un par de veloces avemarías a ver si se manifiesta de una vez por todas.

Si ella no ha querido llamarme, no importa lo haré yo. Es más, ahora que lo pienso, tal vez sea eso lo que ella está esperando: que tome la iniciativa. Cómo no me di cuenta antes, que tonto soy, todo este tiempo permaneció callada, esperando que yo la llame formalizando la invitación.

Pero, ¿si en verdad esta evitándome?, un silencio prolongado es la estrategia que usan las mujeres para alejarse de alguien. si la llamo en este momento puedo estar hostigándola, como un acosador que no entiende indirectas. Quizás sólo debo enviarle un mensaje sutil, un mensaje sincero pero que no solicite respuesta inmediata:

- Me volví un adicto en hacerte compañía, no se estar sin tus besos de soplillo, sin la falta de tornillo que tú me has hecho perder, no se estar sin las yemas de mis dedos esculpidas en tu piel, quiero pisarte los pasos, besarte los besos. 

Entro a mi casa vacía y veo a Pulgas, que ha estado sólo toda la tarde, me recibe agitando velozmente ese penacho que lleva por cola. Me agacho para acariciarlo y, pronto, movido por no sé qué inspiración canina, me pongo a hablarle, a contarle lo frustrado que me siento. Debo sentirme muy sólo para dirigirle la palabra a un pequinés impostor y tratarlo como antes lo hacia con mi psicólogo.

Si Pulgas fuera un Labrador o un Pastor Alemán, en fin, la escena sería algo más poética: un chico apenado compartiendo sus penas con su perro brioso. Pero teniendo como interlocutor a este animal enano y de raza mezclada, la escena es más bien patética.

Le hablo a Pulgas de lo ingratas que son las mujeres y repaso mi mano sobre su lomo mientras le aconsejo que se cuide de las hembras, porque son peligrosas. La pequeña bestia, desde luego, ni se inmuta. En lo más profundo de sus melancólicos ojos negros solo parece haber lugar para una frase lapidaria: "Tengo hambre, carajo".

Me gusta estar aquí, conversando con mi perro sobre la existencia y el desamor humano. Pensar que hace unas semanas nos portamos como enconados rivales, pues Romina nos convirtió en pasajeros enemigos. Hoy, por ironía, la misma mujer ha provocado con sus desaires que el animal y yo hagamos las paces.

Pronto llega un mensaje de Romina: -"Te puedo llamar?"

1 Comentário:

Sara Coelho dijo...

Me gustó el enredo personal, bien! Good job!!! ��������

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